"Estoy seguro de que para muchos de los lectores mi presencia en SIESTA ha de parecerles una repetición de la aventura de Dédalo, que, al huir del laberinto de Creta –dónde Minos le tenia aherrojado–, construyó unas alas de cera para él y su hijo Ícaro, el cual, en osadía inconcebible y temeraria, se elevó tanto que sus alas fueron derretidas por el sol y cayó al mar.
Igual suerte correría de no tener la esperanza de que las insólidas alas de mis merecimientos serán sustituidas graciosamente por una firme benevolencia. Y, siendo así, no seria correcto por mi parte utilizar esta tribuna, que me honra, como escudo de trabucaire o francotirador.
Sin embargo, debo defender mi modesto trabajo del calificativo de SUBLITERATURA, lanzado desde la fortaleza de algún diario respetado y respetable, con alarde litográfico a toda plana, reproducción a todo color de algunas portadas de mis novelas.
La razón dada por el autor de aquel flagelamiento para la calificación indicada, se basaba en que mis novelas eran leídas solamente por albañiles, peones, mecánicos, etc. admitiendo, eso si, que yo era el Di Stefano de esa subliteratura.
Mi sorpresa ha sido enorme al comprobar con el tiempo que un elevado tanto por ciento de personas que son hoy eminentes abogados, médicos o ingenieros, leyeron mis novelas en sus años juveniles, aparte del estrato social, despectivamente señalado por el autor de aquel flagelamiento, y que me merece igual respeto.
Emilio Zola, a través de la historia de una familia y su entorno, del Segundo Imperio, estudia las tareas biológicas y humanas hasta la paranoia de Pedro Lantier.
El tema “western” permite hacer estudios psicológicos interesantes y a la vez da a conocer la geografía y la historia, dentro del ambiente y época, de una parcela muy extensa estadounidense, lo que significa, de alguna manera, una labor pedagógica, limitada, si: pero instructiva.
Es posible que las vestales de la ortodoxia literaria y lingüística consideren mis novelas como un sacrilegio. No deben convertirse en Procustos mitológicos pensando en que debo escribir bajo la tiranía del espacio disponible, donde la narración lírica y disquisiciones filosóficas son un plomo peligroso de la acción. Y ésta es el motor de mis escritos.
Estos hombres rudos, llamados de “frontera”, que pueblan las páginas de mis novelas, fueron los artífices de aquel pueblo.
Desde el principio, y van más de dos mil publicaciones, tenían y tienen la función de distraer y no la de filosofar. Que la acción se suceda, sin que el lector traduzca. Que los personajes hablen en lenguaje “familiar”. Que por la moraleja que todas las obras encierran, del triunfo de la justicia sobre la injusticia, se encariñen con el protagonista y lean con avidez las incidencias que conducen a un final, aunque previsto, deseado. Porque todo eso hará que se olviden por unos momentos las preocupaciones y problemas de la realidad, que son a veces los sepultureros de ilusiones y esperanzas.
Eso, y sólo eso, he buscado en mi trabajo. Que e1 lector encuentre la película mental de los hechos que imagina y vive a medida que lee, y que resulte una tempicida agradable.
He tratado de demostrar, un poco a lo Zola, que el “gun-man” no es una invención, sino un producto social, como la moneda. La ambición y la codicia en poblaciones de aluvión, la convivencia, hacía de los poblados jungla. Y el instinto de conservación imponía, para la supervivencia, la ley del más fuerte. Imperativo de la naturaleza. El manejo de las armas se convertía en una necesidad, y su aprendizaje en una obligación. La maldad humana, que no tiene límites ni latitud, no podía dejar de aparecer en aquellas comunidades de circunstancias. Los más audaces o con menos escrúpulos se erigían en grupos de presión abusivos y crueles, imponiéndose por la ley del miedo. Y si el “gun-man” de turno se enfrentaba; a lo Pedro Crespo, a esa situación utilizando las armas, debe ser considerado más como justiciero que como criminal, ya que su habilidad en el manejo de las mismas había sido puesta al servicio de la justicia.
Fantasía e imaginación desbordantes son los reproches que también se me hacen. La fantasía no es más que el paraíso personal soñado. Y la imaginación el vehículo para conseguirlo. ¿Y no supera la realidad a cualquier fantasía? ¿Quién se atrevería a admitir como real obra humana los campos de concentración de exterminio judío? Plummer, Sheriff de Virginia City (Montana), cuando los vigilantes le colgaron en l864, confesó que su pequeño grupo había matado a 103 personas.
Si con mis novelas empujé al hábito de la lectura a toda una estratigrafía social –por la que se bautizó de SUB mi trabajo– y a la que se debe respetar, me considero satisfecho. Muchísimos de estos tengo constancia de que hoy encuentran su satisfacción en otros campos literarios, llevados a ellos por aquel hábito, adquirido con la “sub”, para evadirse momentáneamente, durante su lectura, de problemas y preocupaciones.
En el conjunto de tanta novela publicada he ido haciendo un estudio histórico minucioso y de acuerdo con Cronos, un poco burla burlando, de esa vastísima geografía de los trece estados que forman el Oeste de los Estados Unidos. Y a la rigidez y a veces frialdad de los hechos, los he salpicado con gotas de fantasía, que es, en el soñar despierto, muy necesaria en la vida."